Todo lo valioso de esta tarde gris es una hoja en blanco, un silencio sobre mi nudo. Quisiera escribir el poema más maravilloso, algo lo impide y no sé si es la música francesa, si es el aeropuerto al que no llego, no sé si es mi miedo pulgar. Desconozco este insensible de mis venas. Pero la situación es condenable: querer ocupar los espacios y saber que los espacios me ganan, se vencen; sentir los huecos en esta duda infinita. No sé quién me condena a perpetua, pero no quiero morir sin libertad. Me miro frente al museo de Orsay inspirada en golondrinas y vestida de años veinte con las manos sucias comprando libros de cordel. Por lo visto aquí la ciudad regala un espanto de cielo impecable. Mis uñas se pintan de gloriosa urbe y el teclado de este maldito ordenador se traba cada vez y es ahora que se acerca un caballero de sombrero y ojos verdes. Y viene, me invita al banquete, le contesto que sí. Así de linda es la vida. Yo ya no sé quién está adentro. Desconozco el paradero de mi cuerpo, también el de la golondrina en mi ocaso.
Sólo ocupo algunas líneas y aquí en el Senna se asoma el sol.
Desde la Torre Eiffel, febrero 2012.