Hace tiempo que el cielo ya no es el mismo. Será que la luna calma las tormentas. Las tormentas tampoco son las mismas; el cielo no es el mismo desde la llegada de “Lunar”. Ahí andan mis libritos, escondidos en una caja cubierta para que no se llenen de polvo. De vez en cuando, saco a algunos a pasear por el universo. Ayer, por ejemplo, nos subimos a un subte camino al encuentro con Carolina. Ella, dio a luz a su poemario “La resistencia de la luna” hace muy poco y sin conocerla le propuse un intercambio de libros. Algo así como un trueque de lunas. Después de todo, pensé, ella, como yo, debe levantarse todos los días en busca de esa luz, que se asoma tras el patio o la ventana, en una súplica del sanar.
Fue fugaz. Como las estrellas azules. Nuestro encuentro fue entre medio del hastío de la ciudad, donde a veces no hay lugar para escapar de la tormenta. Pero siempre se encuentra el hueco. Nadie en este mundo puede tener la culpa de que sea así.
Bajé al subte otra vez, quizás buscando la raíz sin encontrarla. Es que ya no hay lugar que habite/ más que a mí misma, y me sumergí en sus palabras de resistencia. Después de todo ¿dónde no resistir si no en la palabra? Y pude leerme en sus páginas. Estaba la noche y su misterio, estaban las lunas de los advenedizos. Había gatos, lobos, el amor con el dolor del miedo a perder. En la resistencia de su luna me encontré con los martillos y la sangre, con los espejos.
La piel que ha dejado puesta a secarse en algún rincón de tu cuarto. Allí también estaba mi piel. Y estaban los cuerpos fríos y el abrazo que consuela, ese no quiero que te vayas, la música que queremos que suene cuando venga la muerte. Porque siempre será la pregunta ¿y si todo termina y si alguien apaga las luces del cielo? Ahí estará la palabra, en la manera de aullar bajo la luna. Ahí en el encuentro lunar, donde siempre será nacer. Despertar.
No importa el dolor. No importa porque ya no estamos solos. Porque la soledad es una manera de sanar pero está además la luna y estará allí siempre la palabra. Y mirando la luna, todo lo que hiere quedará atrás.
Estoy maravillada por el eclipse, por este encuentro de ciudad en pleno cielo.
Gracias Carolina, por tu brillo libro. Por recordar que no se puede detener el mundo/ pero sí se puede resistir.
Allí estaremos siempre, en el bosque, ansiando la luna azul, soñando en la escritura. Sacando los libros de las cajas. Resistiendo.
Gracias por enseñarme tu luna, que no es más que la calma en la tormenta.
Seremos siempre poderosas con la palabra en la mano.
