Las encontré. La abuela tenía las dos libretas de matrimonio guardadas en una cartera. Las había forrado con papel araña color azul. Las dos iguales. Fue la primera vez en 32 años que tuve acceso a esos documentos. El día que la llamé para comentarle que la Anses está pidiendo que se actualicen los datos para comprobar su viudez me cortó el teléfono porque pensó que era una desconocida que le quería sacar información. Está entrenada, lúcida. Después, personalmente, se lo conté: están revisando información pero olvídate porque el beneficio no te lo va a sacar nadie. Yo me ocupo.
Fue un trabajo detectivesco, apasionante: números de acta, asientos, direcciones desconocidas, números de libreta cívica (porque en esa época no existía el DNI). Descubrí los nombres completos de mis tatarabuelos, que la abuela se casó primero con 24 y después con 40 años. Supe quiénes fueron los testigos de ambos matrimonios. Ayer se los nombré y no los recordaba, pero después me dijo que sí, que eran unos tíos, su cuñada y un primo. En el registro civil también pedí las partidas de defunción de sus dos maridos. Creo que era la primera vez en sus 95 que veía esos datos: José murió por una insuficiencia cardíaca aguda y Guillermo de un síncope traumático, cierto. Eso tenemos que demostrar. Que mi abuelo está muerto desde que mi mamá tiene catorce años, que Guillermo también lo está; que de esa segunda unión sólo pudo disfrutar dos años. A la Anses le tengo que demostrar que la abuela de verdad se casó, que de verdad se le murieron los dos maridos; a ella que tan buena y linda esposa debe haber sido. Yo trato de entenderlo, que cada tres meses se la debo mostrar a la empleada del banco para que vean que está, como si pusieran en duda que la vida no le puede pertenecer.
El lunes voy a llevar todos los papeles que junté. Estoy casi en el final de mi tarea detectivesca y creo que todo va a estar bien. Ayer le pregunté a la abuela si había escuchado algo del asunto en la tele y me dijo que no. Mejor, pensé. Olvidate, lo tuyo está todo solucionado, le dije. Qué bueno que no esté preocupada por esto, no hay derecho. La abuela tiene que estar tranquila, pensar en gatos, en su bienestar.
Si me llegaran a hacer algún problema, la próxima llevo a Emi y a Lupe para que la defiendan conmigo. Ella siempre estuvo bien acompañada y eso no se lo tenemos que demostrar a nadie. Está en sus ojos.
