A los setenta sigue levantándose a las seis y media para ir a trabajar. A veces se duerme tarde si es que hay un duelo importantísimo en Showmatch. Estoy segura de que lo primero que hace al despertar es acariciar a su perra, el verdadero amor de su vida. Ella dice que Mamba es su compañera más fiel, que es la única que se pone contenta cuando la ve, cuando vuelve; la que se pone triste cuando se va. Será que le recuerdo poco que yo también me pongo contenta al verla juvenil con sus calzas y zapatillas Nike, o cuando se queda horas en la orilla del mar de Punta Mogotes para sentir las olas y el aire fresco de Mar de Plata, su lugar en su mundo feliz. Mamá vive con miedo y con una botellita de agua en su cartera por si las dudas. Mamá tiene una ansiedad descomunal y yo la vivo retando porque es así, por sus angustias, o porque no respeta las cadenas de mails en el trabajo, porque completó mal el excel, porque no bloquea el celular cuando termina de hablar. Vivo corrigiendo sus actos como una maestra ciruela. La reto para que no tome tanta Coca Cola y para que no coma tanto pan. La reto porque sale poco a caminar, la reto porque se hace mala sangre por muchas cosas, porque siempre el vaso medio vacío, porque vive angustiada la dura pero hermosa vida de su madre de casi noventa y ocho. La reto porque sabe que nos tiene a nosotras, y sin embargo, siempre un pero, los domingos, el encierro, la poca compañía. Mamá llora poco o se guarda todo y a veces estalla y le duele la nuca, le sube la presión. Pero a los setenta parece diez años menos, disfruta de la locura por la perra junto a mi hermana, desea verlo a su nieto aplaudir su velita, lo ama y lo espera con postrecitos en la heladera; a los setenta se sigue yendo a Mar de Plata sola porque el mar puede más que cualquier soledad, me sigue teniendo en cuenta para todo, va al médico cuando la obligo, compra Coca Cola light, abre y cierra la oficina desde hace años, tiene las manos lindas y el pelo largo lacio y cuando sonríe lo hace hasta llorar. Mamá tiene una medalla en el cajón que fue el premio a la mejor alumna y tiene el trofeo a la mejor hija (y no por ser la única). La abuela es porque está ella, que hace lo que puede pero es mucho. Mamá nació un 20 de diciembre de 1949. Uf, ¡hace un montón! Mamá siempre estuvo orgullosa de nosotras tres. Y nosotras tres de ella. A pesar de que se lo recuerdo poco. Pero hoy es su día. Mamá siempre me recrimina que nunca le escribo nada; ella también me reprocha cosas. Así vivimos. Yo espero que hoy pida sus tres deseos soplando la velita arriba de un kilo de helado de Rita. Espero que se le cumplan todos, porque siempre se los merece. Espero que sepa cuánto la quiero, que sus setenta me movilizan un montón, espero que sepa que siempre voy a estar para ella, que nunca va a estar sola. Que nos tenemos. Que no es poco. Feliz cumpleaños, Juani, gracias por todo.