Infinito

Abuela: son noventa y ocho, ¿un montón, no? ¿cómo definirías toda esta vida tuya? Toda tu infancia, tus miedos por la noche, los bichos que nunca te animaste a matar, los pollos que te daba asco comer porque sabías del sufrimiento animal antes que todo. Tu adolescencia, abuela, ¿cuándo descubriste que amabas tocar el piano?, todos tus placeres, tus obligaciones, el conservatorio, tus pentagramas, los amores de tu vida que se te fueron tan pronto ¿cómo hiciste para sobrevivir a esas despedidas? ¿me contás un día algo tuyo que no sepa? Abuelita, me acuerdo cuando me agarrabas de la mano antes de empezar las clases, de tu cara haciendo tiempo mientras tejías una bufanda irregular; me acuerdo del movimiento de tus dedos cuando me enseñabas cómo limpiar las moras del árbol de las vías antes de comerlas; me acuerdo de tus tortillas de espinaca y cuando preparabas el comedor para los almuerzos: ibas y volvías mil veces por el huevo pasado por agua, el tomate, los duraznos, el té. No podía decirte que no porque ya tenías todo hecho, habías pensado en mí y en nosotras, como siempre, mientras la canilla quedaba abierta, mientras sonaba la radio fuerte como un sonido ambiente permanente. Todo en tu casa era un movimiento constante, y ahora estás ahí, abu, pero estás, en tu cama, con tus gritos un poco más bajos, con tu cuerpo recostado y la voz algo quebrada. Porque en este último año pasaron muchas cosas, ¿cuánto cambiaron las cosas, no? Te volviste a caer, ¿pero de verdad te caés, abuela? Ahora estás un poco más viejita, pero hablamos de las noticias de la tele igual. Y te enojás igual cuando alguien te molesta o cuando te cambian de canal. O cuando no tenés a mano el control remoto, o cuando no encontrás la lima en tu neceser. Porque te das cuenta de todo. Y te ponés terca si no tenés ganas de tomar mucha agua porque te lo exigimos como si fueras una nena. Ahora tu cama se sube y se baja con un botón y ahora estás todo el día acompañada.

Ya sé abu, no te quiero preguntar qué se siente ver tu casa invadida de personas que te conocieron hace poco, ya lo sé, no es lo que más te gusta, siempre disfrutaste tu soledad y ahora, perdón abu, pero necesitamos que estés cuidada y todo el tiempo. Tu piel es tan sensible, tus piernas son tan lisas pero tan débiles, tus brazos a veces te duelen si hacés algún esfuerzo, tu cabeza se marea si te mueven demasiado. No quiero preguntarte abu qué se te cruza por la mente cada vez que te dicen lo que tenés que hacer, a vos, que siempre fuiste tan independiente, a vos, que te ponías cinco pullovers como capas de cebolla y tenías toda la ropa manchada de lavandina y nunca te importó el qué dirán. A vos, que llegaste a tener la casa invadida de gatos sin importar lo que pensaran los vecinos. A vos, que todo lo hiciste con amor, como cuando te ibas volando a casa porque te necesitábamos. Para cocinar albóndigas, para hacernos el Nesquik, para ver los cuadernos con la tarea para el hogar o simplemente para acompañar. Abuela, ¿cómo es llegar a los noventa y ocho? Abuela, ¡son casi cien!, ¿casi cien años, abuela? Ya no sé qué regalarte, ¿qué te gustaría? Siempre pedís alguna crema para la cara o bombones de fruta o amarettis. Hoy te llevo algo de eso; alguna malta, un vino tinto, algunas uvas, higos en almíbar, algunas flores. Abu, claro que me acuerdo de tus regalos, el librito está escondido en la cajita, no me olvido, es nuestro secreto, gracias. Por el vestido también gracias y por la polera roja que me ponías siempre de abrigo cuando era una nena; gracias por los cuentos de Poldy Bird y por Platero y yo. Gracias abuela por el olor de tu casa, por decirme “qué bueno que viniste” cuando me ves, por pedirme que te peine y que te acomode la almohada. Gracias por decirme “agarrá, agarrá” cuando sacás de abajo de las sábanas tus caramelos escondidos. Por recordarme que estás más viva que nunca cuando llamás a cada rato a tus compañeras incondicionales, tus gatas Lupe y Emi. Gracias por acariciarlas así y por gritarles para que se bajen o se suban, a tu gusto, ¿vos viste el amor cuando te miran esos animales? Abuela, ¿te dije que nunca me voy a cansar de hablar de vos? ¿cómo es que puedo dejar de sentir este orgullo infinito de tenerte? Cuidate abuela, dale, comé frutas, tomá agua. Hacé caso. Ponete alcohol en gel. Perdón abu, otra vez. Y gracias por responder cuando te hago mil preguntas poniéndote a prueba. Que cuántas cuerdas tiene una guitarra, que cuál es la capital de tal país, que si te acordás que estamos en marzo, de las fechas nuestras. Extraño que me llames a la oficina, abu, y extraño esperarte en la puerta y verte tras el vidrio caminar hacia mí; extraño tus tortillas finitas y tus bizcochuelos cortados en cuadrados. Extraño tus zapatillas llenas de pelos de animal blanco, extraño todo el desorden tu casa, te extraño a vos en la terraza regando tus plantas, extraño tus letras cursiva, las listas del súper y la imagen tuya baldeando el patio. Pero estás, y pasa el tiempo y a tu modo y de donde sea, sacás la fortaleza. Gracias por sorprenderme cuando me preguntás por mi espalda, ¿cómo te acordás todavía?, ¿cómo te acordás todavía a veces de esos vals y de la canción de Lolita Torres? Gracias por acordarte de mi nombre y por decir “mi nieta” con orgullo. Gracias por tu cuaderno y esos intentos de palabras temblorosas, gracias por tus mensajes ocultos. Son noventa y ocho abu, sos increíble. ¿Cuáles son tus deseos abuel? Hoy tenés que pedir tres. Pero bueno, pedí los que quieras, aunque sea solamente uno. Feliz y acompañado cumpleaños abuela. Te quiero, te amo, te admiro, te agradezco toda tu vida y tu enseñanza. Abuel, ¿te dije que sos grande grande? ¿te dije que pienso en vos cada mañana y en todos los trenes y cada vez que me cuesta creer en algo? ¿te dije que creo en vos? ¿te dije que nuestro amor es para siempre?

 

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