Del recuerdo de abril

Hace más de cinco años que no vimos más a Horacio. Trabajaba en la oficina. Era compañero de mamá desde jovencitos, cuando empezaron en la otra empresa. Él había comenzado haciendo trámites, justo cuando se lo llevaron a Malvinas. Yo siempre hablaba con Horacio del tema y le dolía mucho. Me contaba de la esquirla que le había quedado en la rodilla, del compañero que murió por salvarlo a él, de la comida que era escasa, de las cartas que le mandada a los compañeros de la oficina, de los chocolates que nunca llegaban. Cada vez hablábamos de los kilos que había perdido, «era piel y hueso» decía sobre su regreso a Campo de Mayo y de los compañeros con los pies congelados. Me hablaba siempre también de su madre y del gran disgusto. Delante de él me daba vergüenza quejarme del tonto frío de Buenos Aires. Las últimas veces me había contado que tenía pensado escribir un libro junto con los compañeros camada 63 con los que frecuentaba en un club de La Paternal. Él decía que sólo ellos sabían de lo que hablaba. Siempre respondía mis preguntas, fumaba mucho, muchísimo; hablaba de su hija con orgullo y era fanático de Boca y de Mar del Plata.
Un día Horacio no vino más. Sin aviso. Y yo creo que le dolía mucho todo. Le dolía el recuerdo , el presente. Un día apagó el celular y no supimos más nada. Nunca nos dijo dónde estaba y el porqué de su decisión. Entiendo, no tenía que darle explicaciones de nada a nadie.
Todavía guardo una copia de esa carta en la que le escribía desde la isla a mamá y a sus compañeros de oficina: decía que iba a volver pronto, que lo esperen, que estaba entusiasmado porque iba a viajar en barco, que era el único medio de transporte que le quedaba por conocer.
Espero cruzarlo algún día y decirle gracias. Espero que esté mirando el mar junto a su hija, que haya encontrado el lugar cálido en su vida. Espero que haya escrito ese libro y que esté fumando menos, por su salud. Y deseo que ojalá le esté doliendo mucho menos todo.
Me acuerdo de Horacio a menudo, pero mucho más los 2 de abril. Y ahí yo sé que me equivoco: a Horacio y a todos nuestros héroes los debemos abrazar todos los días.

naranjú

solamente una vez
me enamoré del verano:
eran las tardes donde
gobernaban las chicharras
bajo el silencio de las doce.
mi hermana y yo esperábamos
en el balcón quemado
la seña de la vecina de enfrente
para cruzar su patio.
esa pelopincho era nuestro
pequeño oasis y
bajo el canto de los bichos
invisibles
éramos sirenas
insaciables.
pero el verano me dolía,
marcaba mi piel sin cuidado,
todo el tiempo
hacía sangrarme de agua dulce
la frente
mientras
la boca se nos pintaba
del naranjú del mismo sabor.
sin embargo
yo creía en el sol
y era feliz mientras las olas
de nuestros ruidos
opacaban ese coro de chicharras
que anunciaba la estación.
lo del verano y mi cuerpo
fue amor
de esos que queman
y resisten bajo los hielos de colores.
de esos que esperan
el llamado de las muecas
para cruzarse de vereda,
de los que resisten
aun en la piel sangrada.
ahora
quema el balcón
e inevitablemente
vuelven sus restos,
aparecen las sirenas
se opacan las chicharras
otra vez,
acá la boca se me hace
de hielo dulce
y me vuelvo a enamorar.
siempre
me termino rindiendo
ante el recuerdo del sol.

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Hotel Plaza

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Hotel plaza
frente a la plaza
de Santiago de Cuba
la ciudad próxima a Guantánamo
esa
la del calor insoportable.

Las paredes del Hotel Plaza
huelen a un par de negros con son
-con sal-són-
y yo cuido la temperatura
que tu débil levantó
la mañana de la ventana.

Tu cuerpo no merece sufrimiento
si afuera suenan los tambores
y un par de niños
-todos felices aquí-
mientras
te mueves en esa cama
de los años setenta sin cambiar.

En la plaza
esperan los copos de azúcar
el sabro-són.
La fiesta de Santiago merece
la libertad de tus ojos.

El Hotel Plaza
tiene en sus oídos
y en su colchón
al turista pendiente.

La ciudad del calor insoportable
siente tu fiebre
y nos encuentra al compás
mirando por la ventana.

Melodía de otoño

Mi ventana gris
y el árbol de enfrente.

Junio es un puñado de vacíos
que canta tu nombre
todas las mañanas.

Susurra el otoño
con la esperanza tibia
de encontrar tu hueco
para calmar el paisaje
de todos los árboles
grises
de tanto crujir.

Las hojas de abril
llueven en mi ventana
gris
pero la calma se hace canción
siempre tu nombre
siempre en otoño.

Salud, Alexanderplatz (soneto)


Ocultás la torre de Alexanderplatz, ¡ey, Berlin!
De cerveza rebalsa amor de color
Su mano y el mapa, no encuentro el fin
¿Sabe la torre la verdad del amor?

Borrachos, hormigas del paisaje
Tu laberinto oscurece de frío
¡ey, Berlín! no puede ser tu ropaje
En su mano y en su mapa, me sonrío.

Su sonrisa entibia de oro la cerveza
¿Alexanderplatz podrá con su riqueza?
Hormigas lo encuentran en los puestos.

¡Salud, Berlín! Al viajero de mi propiedad
A tu cerveza, al color del amor
¡ey, Alexanderplatz! Él te oculta la belleza de tu ciudad.

París

Todo lo valioso de esta tarde gris es una hoja en blanco, un silencio sobre mi nudo. Quisiera escribir el poema más maravilloso, algo lo impide y no sé si es la música francesa, si es el aeropuerto al que no llego, no sé si es mi miedo pulgar. Desconozco este insensible de mis venas. Pero la situación es condenable: querer ocupar los espacios y saber que los espacios me ganan, se vencen; sentir los huecos en esta duda infinita. No sé quién me condena a perpetua, pero no quiero morir sin libertad. Me miro frente al museo de Orsay inspirada en golondrinas y vestida de años veinte con las manos sucias comprando libros de cordel. Por lo visto aquí la ciudad regala un espanto de cielo impecable. Mis uñas se pintan de gloriosa urbe y el teclado de este maldito ordenador se traba cada vez y es ahora que se acerca un caballero de sombrero y ojos verdes. Y viene, me invita al banquete, le contesto que sí. Así de linda es la vida. Yo ya no sé quién está adentro. Desconozco el paradero de mi cuerpo, también el de la golondrina en mi ocaso.
Sólo ocupo algunas líneas y aquí en el Senna se asoma el sol.

parisDesde la Torre Eiffel, febrero 2012.

 

Los dientes de mi perro

Los dientes de mi perro son más filosos
que vecinas solteronas en las fiestas
de otras envidiosas mientras muer den.

Los dientes de mi perro
desean un   niño encantado
en navidad
entre paquetes de regalos
sin olvido.

Los dientes de mi perro
pueden carne
piden huesos
tientan al olfato
devorados de baba
y ocultos de furia.

Los dientes de mi perro
sencillos como
plata encerada
y tan robustos
como cobre encendido.

Los dientes de mi perro
navajas enceradas
teclas musicales
espinas
claveles
mi perro
y sus dientes
teclas despintadas
la rabia
se congela
en
pe
da
ci
tos
de
al
fi
l
e
r

Este es el viaje lunar

Lunar está en manos de personas muy valiosas .

Algunas de ellas tuvieron el lindo gesto de compartirlo:

Marou Rivero, en su cuenta de instagram, eligió «La disputa»:

post marou

Tefi Russo, bloguera de Inutilísimas se lo llevó de viaje:

foto post inutilisimas

Vero Mariani, blogguera de Alma Singer lo destacó como favorito en su blog:

http://almasingersings.blogspot.com.ar/2014/12/un-diciembre-tan-vivo.html

foto vero mariani

Maru Ruiz, para Periódico Irreverentes, hizo una bellísima reseña, que podés leerla aquí:

http://periodicoirreverentes.org/2014/11/20/lunar-de-melisa-ortner/

 

Las chicas de Noble Natura recibieron un Lunar y lo compartieron con alegría en su cuenta de Facebook.

noble natura foto

Florencia Ibañez de Radio Continental, lo compartió en su programa » A vivir exteriores»:

foto florencia colombo

Y además salí en la Ohala! de octubre:

ohlala

 

Anna y el mar

anna y el mar

Cada vez que visito a Annita ella insiste con jugar. A la sirena, a la mamá, a la maestra, a la doctora, a todos los oficios juntos. Cuando empezamos con los monólogos decide abandonar un rol para empezar con otro. Y así, eternamente hasta que me levanto para hacer alguna que otra cosa. Ella insiste con que me quede y sus caras son extremadamente novedosas a lo largo de los días. Me asombran mucho sus planteos, y aún más ese carácter imprudente, con el sabor de un mundo enfrentado y sobrevolado. Esa es una de las virtudes que más le admiro; el arrebato. Esa hermosa manera de llevarse todo por delante, sin ningún impedimento, ese enfrentar las olas, el zambullirse sin importar la falta de antiparras, la vista arriba a pesar de los raspones, la insistencia en advertirle a la naturaleza, a los hombres, a los cielos y a los mares que ella puede más que todo y que tarde o temprano se saldrá con la suya.
Cada vez que la visito tiene algo nuevo para decir y para sorprender. Para ella siempre hay cosas nuevas por venir: un plan, un comienzo de clases, unos Reyes Magos, una Navidad, un ratón Pérez, pero lo fundamental, sus vacaciones; lo que más le encanta. Ella acostumbra contar los días para ir a la playa. A Annita le encanta el mar, no le tiene miedo a nada. Le falta el respeto, se ríe de toda su fuerza y de todo su ir y venir violento y frío. Insiste con meter la cabeza abajo del agua. Y los ojos se le convierten en cerezas de irritados porque no le teme ni un poco a toda la arena del gran bravío en su mirada. Siempre que la veo pienso en que quiero ser como es, así, como su almita redonda parando el tiempo y haciéndolo eterno a la vez, así tan ella. Empaparme de toda esa fuerza sobrenatural que la contiene y la rebalsa. Sentir la vida mojándome la piel y enjuagar las penas en el agua bien saladita, porque dicen, las heridas cicatrizan más rápido de esa forma.
A Anna le encanta bailar y sube y baja al piso y da vueltas y vuelve y se asoma para un lado y para otro. Y si para, lo hace sólo dos segundos para seguir con más energía y pide subir el volumen y después quiere fotos y también videos y me exige posar y ella posa mejor que nadie, y actúa, y es realidad completa de cinco deliciosos años de canciones y sonrisas. Insiste con las ficciones de maestra y de enfermera; de sirenita de vestido de tul y de vez en cuando le surgen otros roles. Y ella nada sola en el aire, con las manos mueve todo ese cuerpo sin parar y nada le pesa; la liviandad la identifica y la multiplica por todos los ecos, por todos los huecos y por los rincones de la casa y los paisajes que imagina.
Cada vez que la visito me voy con más ganas de más. ¿Cuánto falta para mis vacaciones? ¿Tres días, no? Me pregunta altanera y a la vez con una inocencia que la hace virtuosa y de una preciosura digna de contar. Le contesto que sí, que cuántas mallas va a llevar. No responde, sigue en su juego, me evade, me repite que sigamos jugando y es cuando siento que me quiere para ella todos esos minutos, cuestión que me llena de orgullo. Yo a la vez siento que la quiero para siempre. A veces pienso en las fotos de Annita y el mar: todo ese caudal de agua helada, todas las olas para ella, todo el movimiento imparable, incansable, insaciable, detonador. Todo el bravío infinito regalado ante sus pies, sin reloj. Y ella sabe que las olas no se van a cansar de jugar con su cuerpito. Por eso es que se entienden tan bien; entre Annita y el mar hay un par de chispas energéticas que destellan por todos lados y se giran, se extienden, no se cansan, son para siempre. Ahora comprendo todo: por más que los días se nublen,  siempre va a tener la excusa para zambullirse, para cantarle y bailarle al mundo que su nombre es y será el de la Diosa de las aguas bravas. Puedo entender aún más que la vida sigue siendo más linda porque ella está en ésta y porque los mares tienen la dicha de salpicar su magia, (la más pura de entre las cristalinas del Caribe y del mar argento). Esa cualidad de su presencia insaciable hace que el universo flote y haga  de todo el tiempo el brillo maravillando la brisa de quienes la rodean. Annita es la sirena encantadora de ilusiones, esas que siempre insisten, resisten y están por irse y venir como el movimiento de las olas. Afirmo en cada visita: todos los sueños sin cascaritas llevan su nombre. Insisto en su juego, en el paisaje de su risa: todas las penas se van en el vaivén de la espuma y toda la luz vuelve cuando asoma su cabeza y ahí está de nuevo ella, saliéndose siempre con la suya, con  esos ojos de cereza y toda la arena curando las heridas.

Melisa.